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El curso del Covid

Desde pequeña me acostumbré a llevar una libreta para ir anotando lo que me llamaba la atención. Creía que si no lo anotaba, se perdería. Eso lo aprendí de mi padre. Claro está que entonces no había móvil y tampoco en casa teníamos cámara fotográfica.

Escribir me hacía fijarme, concederme un tiempo para pensar, hacer mío lo que veía pues lo moldeaba con mi letra.

Este preámbulo es una justificación para escribir hoy sobre el curso que estamos a punto de terminar. No ha sido un curso más, casi nunca lo son; pero este tuvimos que lidiar con el covid.

Empezamos en septiembre con alegría y miedo. Alegría por vernos lo que nos permitía la mascarilla: los ojos, la frente, las cejas; luego el resto del cuerpo. Miedo a que estar juntos pudiera ser motivo de enfermarnos.

Empezamos los profesores, los alumnos y el personal no docente, pero no ocurrió así en otros segmentos de la Administración: en los ambulatorios, las consultas siguen por teléfono, en las Consejerías solo por cita telefónica, en los sindicatos el mismo procedimiento.

Nosotros también tuvimos miedo y angustia por nosotros y por nuestras familias; sin embargo, entendimos que era nuestra labor y nos entregamos a ello.

Sorprendentemente me pareció que los alumnos tenían ganas de vernos y hasta de escucharnos. Habíamos descubierto en el confinamiento que el aprendizaje es con los otros y que la palabra viva es vida. Una clase no es una clase virtual. Una clase es el ruido de las sillas, el polvo de la tiza, los susurros, las voces, la voz del profesor abriéndose paso entre las voces de los alumnos.

El covid nos obligó a abrir puertas y ventanas; así que las clases fueron abiertas y eso nos permitió asomarnos a las clases de otros. En los pasillos oíamos historia, francés, literatura, economía, inglés…Parecía Babel y no el Tomás Navarro Tomás.

¡Cuánto gel, desinfectante, papel hemos gastado!. ¡Cuánto frío hemos pasado! . Nadie protestó por nada. Había ganas de hacer como si todo fuera normal. ¡Valientes los alumnos y valientes los profesores y todo el personal no docente!.

Cuando alguien enfermaba, sentíamos miedo y nos animábamos, a veces sin palabras, y esperábamos las pruebas, los confinamientos y vuelta a empezar.

Los profesores en clase y por classrom. Haciendo las pruebas cuando el alumno podía. El equipo directivo a destajo, sin descanso. Entre los alumnos también se advertía compañerismo y solidaridad.

Sobrevivimos al frío, enfundados en los abrigos, con botas y calcetines de lana. Los de 1º de Eso trajeron sus mantas de sofá. Hemos recibido con alegría, más que nunca, la primavera.

Hubiéramos querido que fuera un curso normal: que no hubiera que formar fila para entrar, que pudiéramos haber juntado las mesas, que no interrumpiéramos en medio de la clase para ir y volver del baño, que hubiéramos podido cambiar de clase o movernos entre nosotros.

Dejamos de abrazarnos, de tocarnos, de besarnos, de gritar, de celebrar cumpleaños o finales de evaluación. Estaba prohibido casi todo. Todo no, porque hemos podido mirarnos a los ojos, sonreír con la mirada, chocar codos.

No hemos estudiado más. Eso hubiera sido lo mejor. Los que estudian lo han seguido haciendo; los que no, han seguido con sus excusas y desganas.

Al claustro llegaron profesores nuevos, nos trajeron alegría, compartieron conocimientos y se unieron a este trabajo, que cada día es más exigente en lo que toca a paciencia, tolerancia y humor.

Un último recuerdo para las personas que han muerto por Covid,  algunos familiares de compañeros y alumnos. También para personas allegadas que han muerto , no de Covid, y que conocíamos.

Nos alegramos con quienes dentro de nuestra comunidad educativa tuvieron noticias alegres y las celebraron. Siempre hay mucha vida en cada curso.

Feliz verano a todos.

Cristina Alonso Maeso

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