En esta época de plagios, tomo prestado el título de uno de los libros de poesía de Luis Alberto
Cuenca, para referirme a una serie de poemas que cantan la llegada de la estación amarilla,
naranja, marrón; a veces morada y rosa.
¡Ay cuanto tiempo/ tierra/sin otoño/ cómo pudo vivirse!, escribe Neruda en su Oda al otoño.
No con esas palabras, pero sí suspirando recibía mi madre el otoño y me invitaba a olerlo y a
verlo en la luz del sol al atardecer, que adquiría una tonalidad única. Nos acercábamos a los
manzanos para oler las manzanas reinetas y disfrutábamos yendo entre los pinos a buscar
níscalos.
Eran tiempos de cortar leña, de preparar la estufa y de volver a la temida y añorada escuela.
Y ahora, qué es el otoño; a qué huele, cómo sabe.
Siempre con el otoño es la vuelta a las clases, las hojas nuevas de los libros, que
paradójicamente el otoño las hace caer de los árboles.
Aprovechemos el otoño/antes de que el invierno nos escombre, escribe Mario Benedetti.
Todavía hay luz en el otoño; tiempo de preparar la tierra, guardar las semillas.
Tiempo de aprender, de pensar, de recogerse y encontrarse. Hasta de dejarse invadir de
nostalgia y tristeza, después de un largo y cálido verano. Así lo escribe Felipe Benítez Reyes:
Aquel verano, delicado y solemne, fue la vida.
No tengamos miedo a la nostalgia, ni a dejar caer hojas en nuestra vida, ni siquiera a sentirnos
tristes, porque todo ello es señal inequívoca de que estamos vivos. Dice Manuel Machado:
Me siento, a veces, triste como una tarde de otoño viejo.
Me despido hasta la llegada de la próxima estación.
Cristina Alonso Maeso