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Aniversario de la publicación especial El Silbo 50 años

                    

Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos

Este verso de Pablo Neruda alude a la temporalidad. Cuando se cumple un año de la presentación de El Silbo, conmemorativo de los 50 años del Tomás Navarro Tomás, estremece pensar en la emoción de aquellos días esperando que saliera de la imprenta.

Entonces Eloy nos embarcó en una empresa ilusionante que consistía en mirar hacia atrás para ver qué había sido nuestro Instituto y sobretodo encontrarnos con las personas, que vivieron y enseñaron o aprendieron en estos espacios, que ahora habitamos nosotros.

Forzosamente había que hacer, como se lee en el prólogo, una revista “encomiástica y sentimental”, porque nuestra temporalidad afecta a nuestra subjetividad y cada vez que recordamos transformamos esa realidad -que existió- pero que la expresamos desde el recuerdo.

Formar parte de la elaboración del Silbo me permitió verme en los otros; dar sentido a ese “cumplir días”, que es nuestra vida y reconciliarme con los compañeros y los alumnos del hoy. Fueron días, como escribe Gil de Biedma, “para dejarse ser en amistad”. Había que mostrar el Instituto 50 años después y ahí está la foto que nos hicimos en la puerta del Tomás Navarro Tomás, que , por cierto, hubo que repetirla, porque el primer día faltó gente.

Efectivamente en esa foto estamos todos con nuestros años, nuestras vidas, que a veces nos relatamos en los pasillos y en el café, enseñando en un mundo contradictorio y convulso, sin entender muchas cosas ni del mundo ni de nosotros mismos.

La portada del Silbo, con la silla vacía, esperando la llegada de alguien. Así es el Tomás Navarro Tomás, como la vida. Siempre vieja y joven, como el río de Jorge Manrique.

Termino transcribiendo unos versos del poeta Carlos Marzal, en los que nos invita a mirar y asombrarnos de la luz, como algo prodigioso. Me sirven para reivindicar la mirada, la memoria y la gratitud para quienes nos ayudan a recordar lo que fuimos y lo que estamos siendo.

Cristina Alonso

 

Hay una ingratitud consustancial

al hecho de estar vivos, un intrínseco

poder de desmemoria, y nos impiden

brindar a cada instante el homenaje

que cada instante de verdad merece,

por su absoluta magia de estar siendo,

en vez de no haber sido en absoluto.

 

 

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